martes, 31 de agosto de 2021

EL MINISTERIO DEL CATEQUISTA

 Presentación y comentario de la Carta Apostólica en forma motu proprio

“Antiquum Ministerium” del Papa Francisco.

Pbro. Aldo F. Vallone

 

I. ¿MINISTERIO DEL CATEQUISTA? ¿PARA QUÉ?

El día 10 de mayo, Papa Francisco instituyó el ministerio del catequista. De este modo, junto con el Lectorado y el Acolitado, tenemos en la Iglesia Latina tres ministerios instituidos.

La catequesis, un servicio eclesial para la evangelización, presente desde los inicios, convertida, en algunos casos, en un oficio particular, ahora queda constituida en Ministerio Laical… ¿Qué significa esto? ¿Qué implicancias tiene? ¿Cuál es su servicio específico? ¿Se requiere alguna condición o automáticamente, a partir de ahora, todo catequista será ministro?... Estas y algunas otras preguntas procuraremos ir respondiendo…

Como importa mucho partir de la decisión del Papa, quisiera presentarles aunque sea muy brevemente Antiquum ministerium (en adelante, citado como AM)

 

1. ¿Otra novedad en la Iglesia?

Tomemos el documento. 

Lo primero que constataremos es que estamos ante una Carta Apostólica, es decir, un género de documento por el cual los Romanos Pontífices suelen ejercer la suprema potestad de régimen, como servicio a la misión y unidad de la Iglesia. 

Añadamos algo más, nos dice que es motu proprio”, es decir una decisión que el Papa ha tomado por propia iniciativa y con su autoridad en cuanto cabeza visible de la Iglesia

Para ponderar adecuadamente lo que les estoy presentando, escuchen lo que dice en el nro. 8:  “En consecuencia, después de haber ponderado cada aspecto, en virtud de la autoridad apostólica instituyo el ministerio laical de Catequista Y, sientan cómo concluye: “Lo establecido con esta Carta Apostólica en forma de “Motu proprio”, ordeno que tenga vigencia de manera firme y estable, no obstante cualquier disposición contraria, aunque sea digna de particular mención…”

Ya su título es provocativo. Va a instituir un nuevo ministerio y dice que es un ministerio antiguoVayamos al cuerpo de la Carta Apostólica…

Como toda Carta Apostólica tiene siempre dos partes, en la primera el Papa expone los motivos y los fundamentos que lo llevaron a tal decisión y procure despejar dudas u objeciones (AM n° 1-8); mientras que la segunda parte es de tipo disciplinar, donde se establecen las condiciones para su implementación (AM n° 9-11).

2. ¿Qué motivó a Francisco para instituir el ministerio de catequista?

Personalmente veo en el texto tres motivos que nos resultan importantes como horizontes a la hora de pensar este servicio como ministerio instituido.

 

a. Fidelidad a la Palabra de Dios y la Tradición:

Nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: "El depósito" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la sagrada Tradición y en la sagrada Escritura fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. (n° 84) que lo recibe, lo cultiva y lo hace vida a lo largo de los tiempos y las culturas donde se encarna…

Lo primero –AM 1-2- que se constata al procurar descubrir las motivaciones de tal decisión de Francisco, es que ha realizado una profunda meditación del servicio de la catequesis en el Nuevo Testamento, la Tradición de la Iglesia y algunas intervenciones significativas del Magisterio anterior. A partir de aquí hace una interpretación auténtica de tres textos bíblicos: Lc 1,3-4;1 Cor 12, 28-31 y Gál 6,6, donde encontramos la figura del catequista, bajo los términos: Didáscalos, Katexézes, Katecúmenos, Katexountis.

Luego –AM 3- ha contemplado “lo eficaz que ha sido la misión de los catequistas” en toda la historia de la evangelización a lo largo de los dos mil años; entre los cuales encontramos consagrados, laicos y laicas.  Se detiene en la importancia que ha adquirido el laicado en la evangelización desde el Concilio Vaticano II, concretamente en AG 17, donde se elogia a los catequistas (AM 4) y menciona diversos documentos emanados por la Santa Sede para la Catequesis, en varios de ellos ya se hablaba genéricamente del “ministerio de la catequesis”.

Por tanto, podemos decir que Francisco, la fiel a la Palabra de Dios y a la Tradición, da concreción y forma ministerial a algo que venía madurando en las intervenciones del Magisterio anterior.

 

b. Fidelidad a los dones que el Espíritu suscita en la Iglesia:

En todo el documento emerge la eclesiología del Concilio Vaticano II: Misterio de comunión sinodal que se expresa en el Pueblo de Dios, convocado para evangelizar. En este horizonte el Papa nos recuerda que “la comunidad cristiana ha experimentado, desde sus orígenes, una amplia ministerialidad” (AM 2). 

Ministerialidad que tiene su origen en los carismas con los cuales el Espíritu enriquece la Iglesia. Carismas donados a los fieles bautizados para la edificación de la Iglesia y reconocidos como una diaconía indispensable para la comunidad, conforme ya lo atestiguaba San Pablo(cfr. 1 Cor 12, 4-11). Carismas que no menoscaban, ni se confunden con el ministerio ordenado (cfr. AM 5), a quien le corresponde la cura pastoral; sino que, en el caso que estamos viendo, es un don para vivir la misión profética bautismal en un sector particular de la evangelización.

¡Cómo no recordar aquí las palabras del Concilio!: “El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga 5,22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cf. Ap 22,17)” (LG 4)

En este mismo horizonte se había movido cuando nos dio la Carta Apostólica “Spiritus Domini”; tal como lo explica en la Carta que envió al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, acerca del acceso de las mujeres a los ministerios del lectorado y acolitado (11/01/2021). Tomo algunos fragmentos de esa carta al Card. Ladaria, pues nos ayudan a comprender la eclesiología que sustenta el ministerio del catequista:

“El Espíritu Santo, vínculo de amor entre el Padre y el Hijo, construye y alimenta la comunión de todo el Pueblo de Dios, suscitando en él múltiples y diversos dones y carismas (cf. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 117). Mediante los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, los miembros del Cuerpo de Cristo reciben del Espíritu del Señor Resucitado, en diverso grado y con diferentes expresiones, los dones que les permiten dar la contribución necesaria a la edificación de la Iglesia y al anuncio del Evangelio a toda criatura.

 El apóstol Pablo distingue a este respecto entre dones de gracia-carismas ("charismata") y servicios ("diakoniai" - "ministeria" [cf. Rm 12,4ss y 1 Cor 12,12ss]). Según la tradición de la Iglesia, se denominan ministerios las diversas formas que adoptan los carismas cuando se reconocen públicamente y se ponen a disposición de la comunidad y de su misión de forma estable.

 En algunos casos el ministerio tiene su origen en un sacramento específico, el Orden sagrado: se trata de los ministerios "ordenados" del obispo, el presbítero, el diácono. En otros casos el ministerio se confía, por un acto litúrgico del obispo, a una persona que ha recibido el Bautismo y la Confirmación y en la que se reconocen carismas específicos, después de un adecuado camino de preparación: hablamos entonces de ministerios "instituidos". Muchos otros servicios u oficios eclesiales son ejercidos de hecho por tantos miembros de la comunidad, para el bien de la Iglesia, a menudo durante un largo período y con gran eficacia, sin que esté previsto ningún rito particular para conferir el oficio”.

 

c. Fidelidad a la necesaria renovación pastoral de la Iglesia:

Fidelidad con el pasado y responsabilidad por el presente son las condiciones indispensables para que la Iglesia pueda llevar a cabo su misión en el mundo” (AM, 5). 

Desde esta premisa, Francisco, vuelve a considerar la vocación y misión de los fieles laicos en “la plantatio Ecclesiae y el desarrollo de la comunidad cristiana” (AM 4); y nos recuerda que “Despertar el entusiasmo personal de cada bautizado y reavivar la conciencia de estar llamado a realizar la propia misión en la comunidad, requiere escuchar la voz del Espíritu que nunca deja de estar presente de manera fecunda…” porque “El Espíritu llama también hoy a hombres y mujeres para que salgan al encuentro de todos…” (AM 5)

El Papa no olvida el valor secular indiscutible de la vocación laical (AM 6)”, cuya misión propia y específica es “tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (LG 31); pero sería un clericalismo peligroso pensar que en el Pueblo de Dios, la acción pastoral es propia y exclusiva de los ministros ordenados. Peor aún reducir la ministerialidad a las llamadas “órdenes sagradas”. De esta visión distorsionada ya se hizo cargo San Pablo VI en Ministeriam Quaedam y San Juan Pablo II en Christifideles Laici (cf. nros. 23-24) una exhortación que debiéramos volver a releer.

Los fieles laicos son miembros activos, partícipes corresponsables en la vida y la misión de la Iglesia. Lapastoral no puede olvidar esto. Como tampoco, que “los laicos pueden ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía, al igual que aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho por el Señor” (LG 35).

Esto último ha dado pie a la objeción de si no se trata de una clericalización del laico, sosteniendo que a lo sumo podría admitirse como una ayuda extraordinaria o supletoria a la misión propia y específica de los Pastores.

Todo lo dicho anteriormente debiera bastar para disipar dudas, pero podemos añadir: la colaboración del ministro instituido se realiza desde la identidad bautismal, no desde el Sacramento del Orden. La ayuda mutua en la edificación de la fe de la comunidad se realiza en la comunión de los dos sacerdocios, el bautismal y el del Orden. 

El fiel laico al recibir este carisma no queda incorporado al Orden Sagrado, porque el don recibido es una gracia actual que enriquece y concretiza una de las dimensiones del bautismo, poniendo  ese don al servicio del bien común de la Iglesia. Así lo enseñaba San Pedro: “Cada uno con el don que ha recibido, póngase al servicio de los demás, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe 4,10). 

Quisiera volver a recordar algo que dijo en la Carta citada al Prefecto de la Congregación de la Fe:

La variación de las formas de ejercicio de los ministerios no ordenados, además, no es la simple consecuencia, en el plano sociológico, del deseo de adaptarse a las sensibilidades o a las culturas de las épocas y de los lugares, sino que está determinada por la necesidad de permitir a cada Iglesia local/particular, en comunión con todas las demás y teniendo como centro de unidad la Iglesia que está en Roma, vivir la acción litúrgica, el servicio de los pobres y el anuncio del Evangelio en fidelidad al mandato del Señor Jesucristo. Es tarea de los pastores de la Iglesia reconocer los dones de cada bautizado, dirigirlos también hacia ministerios específicos, promoverlos y coordinarlos, para que contribuyan al bien de las comunidades y a la misión confiada a todos los discípulos.

En el horizonte de renovación trazado por el Concilio Vaticano II, se siente cada vez más la urgencia de redescubrir la corresponsabilidad de todos los bautizados en la Iglesia, y de manera especial la misión de los laicos. La Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica (6-27 de octubre de 2019), en el quinto capítulo del documento final, señaló la necesidad de pensar en "nuevos caminos para la ministerialidad eclesial". No sólo para la Iglesia amazónica, sino para toda la Iglesia, en la variedad de situaciones, "es urgente que se promuevan y se confieran ministerios para hombres y mujeres ... Es la Iglesia de hombres y mujeres bautizados que debemos consolidar promoviendo la ministerialidad y, sobre todo, la conciencia de la dignidad bautismal." (Documento Final, n. 95)”.

Es precisamente aquí donde el servicio de la Catequesis, llevado adelante por Pastores, Consagrados y Laicos a lo largo de la historia de la evangelización de la Iglesia -¡y que tanta importancia ha tenido!- encuentra su renovación al ser propuesto como ministerio; más allá de un oficio propio de los Pastores. 

El carisma de la catequesis no está encerrado en el Sacramento del Orden, es donado libremente por el Espíritu Santo a diversos miembros de la Iglesia, y, si bien, corresponde a la Jerarquía discernirlo, promoverlo, ponerlo al servicio de la unidad misionera, darle forma institucional, cada uno debe recibirlo con gratitud y responder desde su propio lugar en el Pueblo de Dios; con sentido eclesial de comunión porque aquí radica la mutua colaboración para la misión.

En definitiva, el Papa desea que la sinodalidad que brota de una Iglesia Misterio de Comunión en tensión Misionera, renueve la vida y la pastoral de la Iglesia. Esto es lo que está en el fondo del motivo por el cual instituye el ministerio del catequista.

 

II. ¿UN MINISTERIO?

Ya sabemos que el ministerio del catequista surge como consecuencia de la escucha de la Palabra de Dios, la recepción agradecida de los dones con los que el Espíritu anima la Iglesia y la conversión pastoral en el contexto de la Nueva Evangelización. Ahora conviene preguntarnosqué significa esto de que sea ministerio.

Ante todo dejemos claro que todo ministerio es un servicio, aunque no todos los servicios se constituyan en ministerios; dicho de otro modo: Todos los ministros catequistas son catequistas, aunque no todos los que colaboran en la catequesis estén llamados a ser ministros

Volviendo sobre lo dicho por Francisco en Spiritus Domini, podríamos afirmar que un ministerio es un don de Dios para un servicio estable, público y oficial destinado a colaborar en la vida y misión de la Iglesia.

Como don-carisma ya hemos dicho bastante. Me detengo en las tres condiciones para que un servicio se constituya en ministerio. Ha de ser:

✓ Estable, es decir que no se realiza de manera esporádica o casual, requiere cierta permanencia en el tiempo. 
✓ Público porque no surge de ningún interés privado, sino que es recibido como don para la Iglesia y se orienta a su edificación, más que a la realización personal del sujeto. 
✓ Oficial, sencillamente porque se realiza en nombre de la Iglesia y en las condiciones que ella misma lo determina.

Ahora bien, en la Iglesia existen ministeriosreconocidosconfiados, instituidos ordenados:

✓ Reconocidos son aquellos que la Jerarquía de la Iglesia no los otorga (p.e. El ministerio del Amor y la Fecundidad del sacramento del Matrimonio). 
✓ Confiados son aquellos que mediante un mandato de la Jerarquía se otorgan para un servicio concreto, delimitado en tiempo y lugar, como colaboración extraordinaria o supletoria (p.e. Ministros extraordinarios de la Comunión). 
✓ Instituidos son aquellos en los cuales el don adquiere institucionalidad por medio de una bendición, sin estar delimitados en el tiempo y con alcance diocesano, donde pueden recibir oficios supletorios pero, la esencia del ministerio, se apoya en la identidad, vocación y misión específica del fiel que lo recibe (Catequista, Lector, Acólito)
✓ Ordenados son aquellos que se confieren por medio del Sacramento del Orden (Episcopado, presbiterado y diaconado). Hago esta distinción para que veamos claramente dónde estamos parados cuando hablamos del ministerio instituido del catequista.

El ministerio de la Catequesis, por tratarse de un ministerio instituido se recibe en una celebración litúrgica, pues se trata de un sacramental, no confundir con un sacramento. Nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que los sacramentales:

“Han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las decisiones pastorales de los obispos, pueden también responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propias del pueblo cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el Bautismo). (n° 1668)”

“Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con a ella. "La liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida [...] sean santificados por la gracia divina que emana del misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, de quien reciben su poder todos los sacramentos y sacramentales, y que todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios" (n° 1670).

“Ciertas bendiciones tienen un alcance permanente: su efecto es consagrar personas a Dios y reservar para el uso litúrgico objetos y lugares. Entre las que están destinadas a personas —que no se han de confundir con la ordenación sacramental— figuran la bendición del abad o de la abadesa de un monasterio, la consagración de vírgenes y de viudas, el rito de la profesión religiosa y las bendiciones para ciertos ministerios de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.)... (n° 1672)”

Es importante tener presente que, en la institución, con la bendición se otorga el mandato. El Espíritu Santo concede el don por medio de la Iglesia a través de un rito. Por ello el Papa estableció que la Congregación para el Culto Divino deberá publicar el Rito de Institución del ministerio laical del Catequista (AM 8). 

No está demás volver a subrayar: Por ser un sacramental –bendición- ni saca al fiel laico de su laicidad, ni lo constituye un “super-laico”, mucho menos lo hace un mini diácono o cura. 

Corresponde a los Pastores de la Iglesia reconocer los servicios y carismas, apacentando a los fieles como promotores de la cooperación común, en particular, despertar vocaciones catequísticas para hacer efectivo este ministerio en orden al crecimiento de la comunidad (AM11), porque nadie puede arrogarse, ni darse a sí mismo un ministerio.

 

III. ¿MINISTROS CATEQUISTAS?

Después de este largo camino, estamos en condiciones de poder responder la pregunta ¿qué es un Ministro Catequista?; dicho en otras palabras: ¿Cuál es su identidad, su lugar y su misión particular en la Iglesia y la Evangelización?.

Me atrevo a sintetizar su perfil así:

Es un/una fiel cristiano/a laico/a que por medio del Rito de la Institución ha recibido de la Iglesia un don-mandato que enriquece y concretiza un aspecto de la dimensión profética bautismal para el servicio estable, público y oficial, de transmitir la fe como testigo, maestro, mistagogo, acompañante y pedagogo en el ámbito de la Catequesis; cooperando con los pastores y los demás miembros del Pueblo de Dios en la tarea evangelizadora, sin perder por ello su condición, vocación y misión laical.

Ser ministro catequista es una vocación, un llamado que hace Dios a un fiel laico para cooperar en la transmisión y crecimiento en la fe, por medio de los legítimos pastores de la Iglesia. Llamado que la Iglesia discierne, da cuerpo en la institución y orienta en su concreción. Así lo recuerda Papa Francisco:

“Este ministerio posee un fuerte valor vocacional que requiere el debido discernimiento por parte del obispo y que se evidencia con el rito de institución. En efecto, este, es un servicio estable que se presta a la Iglesia local según las necesidades pastorales identificadas por el Ordinario del lugar, pero realizado de manera laical, como lo exige la naturaleza misma del ministerio. (AM 8)

Ministerio que no se realiza de modo aislado, sino que “se especifica dentro de otros servicios presentes en la comunidad” (AM 8), Volvemos otra vez a la comunión, en su acepción original: “prestar el servicio en común”.

¡Claro! Este don de Dios no suple el esfuerzo de preparación. Justamente se trata de capacitarse para responder con idoneidad. Este es el motivo por el cual Francisco confía a las Conferencias Episcopales el establecimiento de un itinerario de formación y los criterios normativos (n° 9). Sin embargo, un catequista puede tener el título dado por un Centro de Formación, pero no será Ministro Catequista si no es instituido con el rito litúrgico correspondiente.

Conviene que al ministerio instituido del Catequista sean llamados hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que sean acogedores, generosos y vivan en comunión fraterna, que reciban la debida formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis. Se requiere que sean fieles colaboradores de los sacerdotes y diáconos, dispuestos a ejercer el ministerio donde sea necesario, y animados por un verdadero entusiasmo apostólico” (AM 8)

2